Sin
embargo fue un viaje bastante agradable: comida rica y barata, sedas y perlas a
montones (y poco me importa de que hayan sido baratas porque eran “perlas de
río”, por mí aunque fueran perlas de bañera) y la famosa ciudad prohibida. Por
supuesto que los encontrones interculturales no faltaron.
Ya
que estábamos en Pekín TENÍAMOS que
probar el famoso pato pekinés. Fuimos pues a un restaurante especializado en el
plato. Pedimos muy orondos nuestro pato entero y esperamos. Vimos que otras
personas —locales— pedían muchas más
cosas y nos reímos de ellos ¡Qué escándalo! ¡Van a comerse un pato entero y
antes de eso se piden la mitad de la carta! y esperamos. Los vecinos —locales—
se deleitaban con entraditas coloridas y nosotros seguíamos esperando. Una hora
después yo estaba al borde de convertirme en caníbal. Debo confesar que fuimos
al restaurante con mucha hambre, pues habíamos estado correteando mercados
artesanales. Y cuando uno tiene mucha hambre, la espera desespera. Y los que me
conocen, saben que tener paciencia no está entre mis cualidades.
Llegó
un momento en el que estaba casi decidida a levantarme e irme a comer al primer
Mac Donald que encontrara en el camino. Mientras tanto eran nuestros locales
vecinos quienes a su turno se reían de nuestros rostros de inanición, mientras
esperaban felices a que les llegara su pato, ¡total! Tenían aún bastantes entraditas
coloridas para esperar sin desesperar.
Llegó su pato y por suerte para ellos (porque ya estaba elucubrando
macabros planes para robarles el maldito animal) quince minutos después llegó
el nuestro, recién rostizado, todo doradito y perfumado. Ya me iba a abalanzar
a devorarlo, pero el “chef” no me lo permitió, él mismo lo cortó y me sirvió
con mucha ceremonia los primeros pedazos... la cabeza partida por la mitad y la
grasa y pellejo del pecho.
Confieso
que en esos momentos casi me puse a llorar ¿Eso es todo? ¿Tanto he esperado
para que me sirvan la cabeza (¡El pato me saca la lengua!) y pura grasa? ¡Dame
la carne del pato, chinito del demonio! Tenía tanta hambre que me empecé a
comer la grasa... la cabeza no la pude ni tocar. Felizmente para mí, luego vino
la carne, en unos panquequitos muy lindos, preparados con mucho esmero con unas
salsas especiales y verduritas en juliana... yo me los tragaba de un bocado y
ni le dejaba al chef preparar más panquequitos, me los hacía yo misma porque él
tardaba mucho ¡Había esperado hora y media para que me traigan el pato y además el tío que se ponía a hacer los
panquequitos como si fueran obras de arte! Yo supongo que le habré parecido una
extranjera vulgar y con un mal gusto culinario (porque no me comí la cabeza y
si me la sirvió con tanta ceremonia, supongo que es porque se debe considerar
lo más exquisito del animal). ¡Qué se le va a hacer! Cuando el hambre aprieta...
lo que menos quieres es que te digan cómo hacer panquequitos rellenos de pato. Jamás como ese día ha tenido para
mí sentido el famoso dicho “al país donde fueres, haz lo que vieres”. Nosotros
pensábamos que nuestros vecinos eran unos cerdos por pedir tanta comida y
simplemente ellos sabían bien que había que esperar mucho para preparar el pato
pekinés y tomaron las precauciones del caso. Porque
al parecer es todo un proceso preparar el famoso manjar. Para que lo recuerdes,
te entregan luego de pagar la cuenta una tarjeta numerada... lo que no me queda
claro es si es el número del pato... (Felicitaciones, se ha comido el pato
número mil) o de los minutos que esperas para comer (Felicitaciones, ha
esperado 345 mil minutos para comerse su pato, un nuevo récord!)
No
fue el único encontronazo que nos dimos. Un día decidimos ir a una casa de té. Ya
que estábamos en el país del té...
Una
preciosa niña nos inició en la ceremonia china del té. No es tan sofisticada
como la japonesa, pero tiene su gracia. Nos sirvió tres tipos diferentes de té,
cada uno más delicioso que el otro. Yo siempre he dicho he que eso de no
echarle azúcar al té es una gran mentira. Claro, para los plebeyos tés que
tomamos en occidente. Los tés que probé en china realmente no solo no necesitaban
azúcar, es que ponerle solo unos granitos hubiera sido un sacrilegio. Sin
embargo un té es un té, por más delicioso que sea ¿No es cierto? Podrán
entonces suponer la cara que pusimos cuando nos dijeron que teníamos que pagar
400 euros por la gracia. ¿Cómo? Sí, y si quiere comprar uno de los tés que
probó, le costará sólo 50 euros los 100 gramos. Pagamos convencidos de que nos
vieron la cara de... extranjeros (Por decirlo finamente). Ya en el hotel fuimos
a su “bar de té”, para quitarnos el clavo (¿Qué tan caro pude ser un té?) Y
mejor no les digo los precios, tomamos uno de los más baratos, 20 dólares la
taza. Pero claro, era un hotel de cinco estrellas, seguro que también tenían
precios para... extranjeros.
Ya
en Finlandia le conté mi aventura “teística” a un compañero de trabajo japonés
y me dijo que no nos vieron la cara de nada, que no éramos los primeros que
pensábamos que en Japón o en China había que tomar té porque seguro era muy
rico y barato. Para ellos el té es una importante parte de la cultura culinaria
y hay diversas variedades. Se podría comparar con lo que es el vino para los
occidentales: hay vino y EL vino, que tomas en ocasiones especiales y que te
cuesta el ojo de la cara. Igual el té en Asia. Inclusive este compañero de
trabajo me contó que en China hay variedades de té que cuestan mucho más caras
que cualquier té japonés.
Le
conté eso a mi marido, que igual no se sintió mejor. Él sigue pensando que lo
timaron porque finalmente un té es sólo un té. Puedo suponer que hay alguna
cultura en el mundo que piensa que somos tontos comprado un vino caro, porque
finalmente una bebida alcohólica es solo una bebida alcohólica.
En
todo caso, si van a China en general y a Pekín en particular, les doy dos
consejos.
1.- Si quieren comer pato
pequinés, no vayan con mucha hambre, o en caso contrario, pídanse algunas
entraditas coloridas para esperar.
2.- No se les ocurra pedir la
ceremonia del té, a menos que tengan mucho dinero que gastar. Mejor es ir a
comprar perlas; que un collar de perlas negras les cuesta 8 dólares (y a ese
precio poco importa que sean perlas de bañera), con el vuelto, se toman un buen
roiboos en el aeropuerto.
Hola, me puedes pasar un pdf de tu libro La ciudad de los nictalopes, no tengo tiempo ni plata para buscarlo en mi ciudad, y yo te doy un pdf de un poemario mio para que me digas si no es literatura basura como expresaste de no se cuales en una entrevista que lei en internet. No te juzgo, solo queria que juzgues lo que escribí. Tambien soy peruano.
ResponderEliminarHola Daniel. Lamentablemente no puedo hacerlo porque rompería una de las clausulas del contrato que tengo con la editorial NORMA. En cuanto a la lectura que pides, en mi página web está mi mail al que puedes mandarme algo de tu trabajo si lo deseas.
ResponderEliminarUna aclaración en cuanto a lo de "poesía basura", que se puede prestar a malinterpretaciones (y tengo muchos amigos poetas a los que respeto) Cuando hablo del tema siempre lo hago como una crítica a la manera como la literatura "mainstream"califica a los géneros fantásticos y de ciencia ficción. Se les considera géneros de "sub-literatura", solo para diversión, literatura "light". Mi punto es que en literatura NO hay géneros "mayores" o "menores", que solo existe dos opciones: buena o mala literatura y que en todos los géneros se cuecen habas. Así pues, existe la posibilidad de poesía basura, no todo lo que se autodenomina "poesía" es digna de ser leída. El escribir mal no está determinado por el género, sino por el talento del autor. Alguien se atrevería a negar la poeticidad en las obras de Bradbury, por ejemplo? Sus cuentos simplemente SON literatura, sin importar el género.
EliminarHola Tanya, en tu pagina web no he podido encontrar tu email, hallé un link para facebook y otro para twitter.
ResponderEliminarSaludos.
Busca en la página que dice contacto, el mail está bien en grande :-)
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