A finales de 1800 el diplomático español Angel Ganivet, cumplía funciones como cónsul en Finlandia. Las diferencias culturales que vivió este latino en tierras nórdicas fueron tan grandes, que decidió escribir sus experiencias en forma de artículos periodísticos.
Como profesora de idiomas ocurre que muchas veces leo con mis alumnos las “Cartas Finlandesas” de Ganivet. Nos divertimos mucho remarcando que a pesar del tiempo transcurrido, las coincidencias entre el finlandés que éste conoció y el actual, son muchas.
Sin embargo los tiempos cambian y la gente también.
Al tener ya 6 años viviendo en Helsinki, comprendo quizá lo que impulsó a Ganivet a escribir sus cartas finlandesas. Es verdad; la gente es igual en todas partes: hay buenos y malos, justos e injustos, honestos y deshonestos. Pero también es verdad que hay “algo” que hace posible construir un concepto de cultura a través de las características de las personas de un grupo.
Una definición de cultura que me gusta mucho es la de J.L.García: La cultura no es una homogeneidad interna, sino la organización de las diferencias internas. Así pues, hablamos de cultura cuando los miembros de un grupo comparten un conjunto de ideas mediante las cuales se organizan, interpretan lo que pasa a su alrededor y saben como actuar en cada circunstancia y esto a pesar de ser individuos con diferentes personalidades y gustos.
Es sobre esos parámetros que escribiré estas nuevas cartas finlandesas. En cada una de ellas trataré de comprender un poco más a un país cuyo sentido del humor está muy bien caracterizado por las películas de Kaurismaki (Sí, aquí se consideran películas que hacen reír.)
Un país en donde nos podemos encontrar con la presidenta de la república en los corredores del metro, en el supermercado o tomando clases de danza árabe en una academia de barrio.
Un país en donde aún podemos cruzarnos con un conejo, un faisán o, si vivimos en Laponia, con un alce en la calle, pero en donde no, lo siento, no hay osos polares.
Un país en donde el sol no se oculta en verano y en cuyo otoño -invierno tenemos un promedio de 5 horas de luz (¡Con suerte, si no llueve o nieva!)
Un país en donde aún es posible dejar el bolso en la mesa del restaurante, ir al baño… y encontrar el bolso en su sitio.
Un país cuya idea del respeto a la vida privada se lleva hasta el extremo de no ayudar abiertamente a nadie (aunque sea muy claro que la ayuda es necesaria) pero cuya gente es tan generosa que se las arreglará para ayudar sin hacerlo notar.
Un país en donde el silencio es una parte muy importante de la comunicación. (Sí, de la comunicación)
Un país en donde hay que esperar aproximadamente un mes para conseguir una cita con el dentista, pero en donde se tarda horas en ver a un psicólogo en caso de depresión o alcoholismo.
Un país cuyas mujeres fueron las terceras en el mundo en obtener el voto y las primeras en tener completa igualdad de derechos en la constitución.
En otras palabras, un país como cualquier otro, con sus defectos y cualidades y por esos mismo, un país tan particular…
Helsinki, septiembre de 2006
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