Un alemán, un francés y un finlandés se encontraban en un zoológico mirando por primera vez en sus vidas un elefante. El alemán pensaba: “¿Qué utilidad se le podría dar a un animal tan grande?” y hacía conjeturas al respecto. El francés pensaba: “¿Y cómo será su vida sexual?”. Finalmente el finlandés pensaba angustiado “¿Y qué estará este animal pensando de mí?”.
He aquí un típico chiste finlandés que, por supuesto, trata de estereotipos. Y como los antropólogos explican: un estereotipo dice más del pueblo que lo emite que del pueblo víctima. En otras palabras, lo más importante aquí es el finlandés angustiado, simplemente porque nos indica cómo se estereotipan ellos personalmente.
La angustia existencial del finlandés es confundida muchas veces por los extranjeros con la timidez y a menudo se manifiesta por temores: sobre todo temor al contacto, a lo que piensa el otro y sobre todo a la confrontación, sea esta positiva o negativa.
Yo no creo que en este país la gente sea muy tímida, lo que si me parece es que hay una gran presión interna por no molestar al otro. La mayor parte del tiempo entonces, se guardan sus opiniones, sentimientos y deseos, solo para no perturbar al prójimo. Poco importa que éste sea en realidad alguien muy cercano de la familia o un simple vecino. Es igual, la consigna es no molestar.
El escritor finlandés Maiju Lassila, lo expresó muy bien en su novela Tulitikkuja Lainaamassa – que significa Prestándose Cerillas - El personaje principal necesita cerillas pues las suyas se acabaron. Se dirige a la casa del vecino y una vez allí no sabe cómo pedírselas prestadas sin perturbar a su vecino. Sin embargo cuando nota que éste necesita ayuda, se la ofrece sin chistar. La novela continúa así. Ofreciendo ayuda a todo el mundo sin jamás atreverse a pedir lo que necesita. ¿Exagerado? No tienen nada más que leer la novela. ¿Incomprensible? Estamos hablando de otra lógica: la lógica finlandesa.
El finlandés pues evita toda situación de conflicto y esto puede ser desde denunciar a un vecino ruidoso hasta pedir cerillas. Por supuesto, la ventaja es que casi no hay vecinos ruidosos: No molestar para que no te molesten. Mi marido, que no es nada tímido, puede comerse sin aspavientos un pollo hervido en el restaurante aunque lo que pidió fuera filet mignon. ¿Reclamar? Esa palabra no existe en sus diccionarios.
Justamente me he dado cuenta que esa es la única manera de hacer funcionar las cosas acá. La primera reacción cuando reclamas es decirte que no hay solución. Esto funciona muy bien con los pocos finlandeses que se atreven a reclamar: le dices eso a uno de ellos y simplemente no insistirán. Como no están acostumbrados a verdaderos reclamones, (arte en el que les agradezco mucho a los franceses haberme instruido) si levantas un poquito la voz, logras que reaccionen de inmediato. La razón es la misma en realidad, no quieren conflictos y ya se dieron cuenta que contigo los van a tener. Así he conseguido no solo que me devuelvan el dinero, sino que me den productos gratis en más de una tienda.
Así pues el finlandés pasa por la vida tratando de no pedirle nada a nadie y de no reclamar. La cosa no termina allí: tampoco les gusta llamar la atención. A veces pienso que el sueño de todo finlandés es ser invisible.
Tengo una amiga a la que cuando conocí, le tenía lástima. Siempre me hablaba de que por más que le gustara, no podía usar minifaldas, ni pantalones muy ajustados, ni mucho maquillaje, ni escotes llamativos, porque a su marido no le agradaba. Y yo pensaba “con qué clase de monstruo machista se ha casado la pobre”. Esto terminó cuando conocía al “monstruo”: el típico finlandés, trabajador, honrado, respetuoso de las reglas, que nunca levanta la voz, siempre dispuesto a echarte una mano, generoso y amable. Ahora, cuando vamos de compras y ella suspira mirando la mini que no se comprará, yo me río y pienso “Pobre de tu marido”. Porque me lo imagino sudando frío y diciendo: “¡No, por favor! ¡Esa ropa no! ¡Todos van a mirarte en la calle! ¡Todos se van a fijar en ti!” Debo aclarar que mi amiga es bastante bonita y exuberante. Pero lo que mata al marido no son los celos, no son las ganas de dominarla, es el hecho de saber que vestida de cierta manera, llamará más la atención. Si ella decidiera finalmente vestirse como le da la gana, él no se lo impedirá, pero se sentirá sumamente mortificado, pues al llamar ella la atención él también lo hará: será “el marido de la que tiene bonitas piernas”.
Por no confrontarse con nadie, evitan lo más que pueden el contacto con lo “desconocido”, palabra que para ellos tiene un significado muy amplio.
Era invierno y entré a una tienda de ropa. Como no estoy acostumbrada a usar las grandes cantidades de ropa necesarias en invierno, siempre me muevo torpemente y paso arrasando con todo lo que encuentro. Al subir las escaleras, boté una revista que se encontraba en los pasamanos. Tres chicos estaban cerca y supuse que era de alguno de ellos. La tomé en mis manos e hice un gesto para devolverla. El primero sumergió su rostro en unas camisas dizque buscando su talla, el segundo empezó a limpiarse las uñas y el tercero miró al techo. Regresé la revista a su lugar, suponiendo que no era de ellos. Al subir vi de reojo que uno la cogió y la guardo en el bolsillo de su chaqueta. Seguro que le resultaba muy difícil tener que decir “gracias”, esto para ellos, es una confrontación.
Sin embargo no deja de llamarme la atención una manera particular de evitar la confrontación directa que me resulta aún más agresiva.
La primera vez que presencié este hecho, supuse que mis precarios conocimientos del idioma, me hicieron malinterpretar la situación. Pero la segunda vez, sí que estoy segura de lo que escuché.
Estaba en los vestidores del centro deportivo de la universidad. Una joven puso su maletín frente a uno de ellos, que se encontraba abierto, para enlazar sus zapatos. Vino la dueña del vestidor y ante su puerta bloqueada por el maletín, exclamó: “¡Yo no entiendo por qué algunas personas tiene que poner su maletín de manera que uno no puede abrir las puertas!”. Y esto sin siquiera mirar a la que hacía referencia. La joven, simplemente retiró sus pertenencias, también sin mirar a quien la había agredido de esa manera. Pues a mí, me parece una agresión mayor hacer ese comentario en tercera persona que simplemente pedir “¿Podrías quitar tu maletín un momento, por favor?”. Pero, claro, eso significaría confrontar.
Inclusive he notado que esta manera de dirigirse en tercera persona es la que muchas personas utilizan para pedir favores o dar órdenes. Por ejemplo una vez mi suegra viendo el desorden que sus nietas habían sembrado en el salón se dirigió a mi hija (que era la mayorcita del grupo) diciendo: ”Sería bueno que Tchaska ordenara los juguetes”. Por supuesto que mi hija – acostumbrada al imperativo tan útil que utilizamos los padres en Latinoamérica. – le contestó que no tenía ganas de hacerlo. La discusión siguió con mi suegra en el mismo tono bajo y de manera impersonal y mi hija cada vez levantando más la voz insistiendo en que no lo haría. Tuve que intervenir y ordenarle firmemente que lo haga, más que nada pues me mortificaba ver cómo mi suegra se hacía faltar el respeto sin reaccionar. Por supuesto ella no me lo agradeció, sino que me miró como si fuera un verdadero ogro. Lo que me quedó claro ese día es que para un finlandés hasta darle órdenes a un hijo es una confrontación.
Y ante todo esto a veces me da risa, otras me da miedo, pero la mayoría del tiempo me da penita pensar en lo difícil que les resulta a los finlandeses ir por el mundo procurando ocupar el menor sitio posible para poder pasar desapercibidos, temiendo la mirada del otro que ellos suponen siempre crítica – Y negativa además. Para terminar les propongo que miren este diagrama que apareció en “The Guardian” el 13 de febrero de 2003 y que me he permitido traducir:
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